viernes, 14 de marzo de 2008

El mercader

Es el 7 de diciembre de 1977…
Si fuera supersticioso pensaría que es un buen día para que pase algo que haga cambiar mi futuro. Afuera hace un poco de frío y adentro…un poco de hambre. Tres días sin comer. Hoy se cumple la promesa de un profesor que tuve en la secundaria: Muchacho, estudia…que las matemáticas te darán de comer. 
Después de bañarme y vestirme me dirijo a la librería más empolvada del planeta, la de Don Maco, el librero que está cerca de la iglesia de Santo Domingo, que me va a dar unos centavos por un libro de álgebra de Baldor que usé en el último año del colegio. ¡Que razón tenía mi maestro! Con lo poco que me dió voy a ir al mercado a comprar un par de bananos, así guardo un poco para el autobús de mañana. 
Fácil de pelar, no te ensucias, llena…y además es mi fruta preferida. Y hoy en especial tenía otro sabor…me supo a alegría. Voy a tirar la cáscara cuando de pronto veo que un hombre de aspecto muy raro abre un saco de donde sale una enorme serpiente de color café. Lo acompaña una mujer con un vestido brillante de color verde y labios rojos muy pintados. La gente empieza a aglomerarse ante la promesa de meterse el animal en la boca y salir ileso. El animal se enrolla en su brazo y sube por el cuello mientras él nos cuenta a los espectadores que tiene la solución a todas nuestras penas. Mi pena más grande en ese momento es la vida. En unos pequeños frascos de anestesia reciclados tiene unas estampas flotando en un líquido que supongo es aceite para que se mueva lentamente de arriba hacia abajo cuando él voltea el recipiente. La serpiente se acomoda en su cuello mientras él cuenta las maravillas que produce tener ese amuleto en casa. La mujer, pendiente del público, saca varios de un bolso negro. Hay pocos frascos y mucha gente, dice el raro personaje. Poco a poco, la culebra ha pasado a segundo plano y es el bendito frasco el centro de toda nuestra atención. Han pasado más de 20 minutos y nos ha convencido que solo tiene 40 frascos. Aún no ha hablado del precio y ya hay quienes lo están pidiendo. Nadie se acuerda de la apuesta. Nadie piensa en irse. Pregunta quienes lo quieren y casi todos levantan la mano. ¡Yo también lo quiero!, pero no sé si me alcanza con lo que tengo. Ahora mi angustia es no poder tener ese frasco que me solucionará la vida y me dará dinero para no volver a pasar una pena. Dice el precio y…meto la mano al bolsillo. Mi desilusión es tan grande cuando veo que no tengo el dinero…En unos segundos se derrumban todas mis ilusiones. Los sueños que construía al mismo tiempo que el hombre hablaba se desaparecen de pronto. Ya no podré comprar el coche que quería…tampoco podré hacer el viaje a Boston para ver a mis padres, ni podré hacer la compra del mercado…Y la semana entrante se gradúa mi novia del colegio y no podré darle su regalo…¡Todo se ha terminado! Si tan solo pudiera comprarlo…De pronto, toda mi vida giraba alrededor de la promesa de un charlatán. Me acerqué a preguntarle que en dónde iban a estar la próxima semana, pues talvez le llevaba a Don Maco, el librero, algún otro libro que encontrara en casa. Me respondió que no sabía, que iba a ir donde existiera más necesidad que allí. Fue en ese momento cuando mis ojos se iluminaron de nuevo y me volvió la paz, pues jamás pensé que alguien estuviera más necesitado que yo.

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